Comentario
Estudio de la Biblia
Marcos 1:4-11

Por Richard Niell Donovan
Traducción por Emmanuel Vargas Alavez

MARCOS 1:4-6. JUAN EL BAUTISTA APARECE EN EL DESIERTO

4Bautizaba Juan en el desierto, y predicaba el bautismo (griego = baptisma: sumergir, zambullir, inmersión) del arrepentimiento (griego = metanoias: cambio de pensamiento, o cambio de dirección)para remisión de pecados. 5Y salía á él toda la provincia de Judea, y los de Jerusalén; y eran todos, bautizados por él en el río de Jordán, confesando sus pecados. 6Y Juan andaba vestido de pelos de camello, y con un cinto de cuero alrededor de sus lomos; y comía langostas y miel silvestre.

Parece contradictorio que Juan vaya al desierto para proclamar su mensaje. ¿Por qué no ir a la ciudad donde vive más gente? La respuesta es que el desierto tiene un significado especial para el pueblo judío. Fue a la libertad del desierto que Dios los dirigió para sacarlos de la esclavitud en Egipto. Fue en el desierto que verdaderamente se convirtieron en una nación. La respuesta también es que Juan el Bautista es la encarnación del profeta Elías, que estaba asociado con el desierto (1 Reyes 17:2-3). Las Escrituras prometían el regreso de Elías (Malaquías 4:5). Juan se viste y come como Elías. Después, Jesús nos dirá que Elías, en verdad, regresó, “y le hicieron todo lo que quisieron, como está escrito de él” (9:13). Esto claramente apunta a Juan, cuyo arresto es mencionado en 1:14.

Juan “predicaba el bautismo del arrepentimiento para remisión de pecados” (v. 4). “Parece… que el bautismo de Juan recuerda y revive el pacto fundamental con Israel en el Sinaí en que todo el pueblo fue convocado a ser “mi reino de sacerdotes y gente santa” (Éxodo 19:6; 23:22; también 1 Pedro 2:9)… Los israelitas simbolizaron la aceptación de su relación de pacto con Dios lavando sus ropas y purificándose a sí mismos antes de entrar al pacto en el Sinaí (Éxodo 19:10)” (Edwards, 30).

Existen dos tradiciones de las que el bautismo de Juan se puede derivar. Una es el lavamiento ritual con que la gente se limpiaba a sí misma de impurezas espirituales. El baño ritual era especialmente importante en la comunidad de Qumram con la que Juan pudo haber tenido alguna conexión. La otra tradición es el bautismo de prosélitos gentiles que se convertían al judaísmo, un rito de purificación inicial que se llevaba a cabo por inmersión.

Sin embargo, existen diferencias entre cada una de estas tradiciones y el bautismo de Juan. El baño ritual era auto-administrado, un ritual frecuentemente repetido, y Juan administra el bautismo personalmente como un rito de una sola ocasión. El bautismo de prosélitos era solamente para los gentiles, y significaba la entrada como miembros del pueblo de Dios. Los judíos ya eran miembros del pueblo de Dios, y se asumía que no necesitaban el bautismo. El bautismo de Juan, sin embargo, está dirigido específicamente para los habitantes de Judea y Jerusalén que iban a escucharlo, y presumiblemente todos eran judíos.

Parece que Juan toma de las dos tradiciones (el lavamiento ritual y el bautismo de prosélitos), pero establece su propio bautismo de arrepentimiento para el perdón de pecados. Podemos estar seguros de que Juan nunca se paralizó, o no actuó por falta de precedentes.

El bautismo de Juan es de arrepentimiento. Nosotros tendemos a pensar sobre el arrepentimiento como un sentimiento de culpa por nuestros pecados, pero la culpa si acaso solamente es el punto de partida. La palabra griega, metanoia, significa un cambio de mentalidad. Cuando aprendemos una nueva y mejor manera de pensar, respondemos naturalmente actuando de acuerdo con nuestras creencias. Si nuestras formas anteriores nos herían a nosotros y a los demás, probablemente sentiremos pena por caminar en esos caminos y culpa por el daño que hemos causado. En ese sentido, la culpa es parte del arrepentimiento, pero la culpa es algo al margen más que lo central. “La palabra griega (para arrepentimiento, metanoia)… ha sido inmensurablemente profundizada por la influencia del concepto judío de tesubah (‘volverse’, o ‘regresar’), que tiene su raíz en el llamado de los profetas del Antiguo Testamento para que la nación regresara a su Dios e implica un cambio total de dirección espiritual” (Marcus, 150). “El texto deja claro que el arrepentimiento, el bautismo y el perdón de los pecados van juntos” (Williamson, 32). Jesús también llamará a la gente al arrepentimiento (1:15).

Habían pasado más de trescientos años desde que un profeta estuvo activo en Israel, y el pueblo piensa que la era de los profetas ya había pasado. Ahora, oyendo de Juan el Bautista y su proclamación en el desierto, salían a escucharlo. ‘Todo Jerusalén’ (v. 5) claramente es una hipérbole (exageración para provocar un efecto), pero claramente significa que la gente de Jerusalén va en masa a escuchar al profeta, que estaba prometido (Malaquías 4:5), y que aparece inesperadamente.

No solamente son personas dispuestas a viajar al desierto para escuchar a Juan, sino que el desierto mismo es parte de la atracción. La gente de la gran ciudad sueña con el campo como un lugar idílico, quieto, pacífico, en comparación con la ciudad. Llevados a la ciudad por la promesa de dinero y emociones, se encuentran en sí mismos anhelando aquello que dejaron atrás: vecinos que no calculan ni complican la amistad, verdad sin maquillajes, precios no inflados, y vida sin pretensiones.

El lugar de Juan en el desierto lo identifica, no solamente con la historia de la salvación, sino también con la frescura que hace posible que la gente se arrepienta y se deshaga de sus pecados. Irónicamente, la gente que fue atraída por las emociones de la ciudad y que solamente encontraron promesas vacías, ahora se encuentran a sí mismas atraídas por la emoción de un nuevo profeta en el desierto, cuya predicación promete ser más duradera. Van “confesando sus pecados” y buscando el bautismo (v. 5).

La descripción de Juan, “vestido de pelos de camello, y con un cinto de cuero alrededor de sus lomos” claramente tiene la intención de identificarlo con Elías a quien el Antiguo Testamento describe como “un varón velloso, y ceñía sus lomos con un cinto de cuero” (2 Reyes 1:8).

• La dieta de Juan de langostas y miel silvestre también lo coloca en la tradición profética. El profeta Daniel declina una alimentación de reyes y prefiere verduras y agua (Daniel 1:8-16). La Torá especifica que la langosta es una comida permitida – la palabra moderna es kosher (Levítico 11:22). La tradición judía no clasifica a la langosta como carne, que le conviene a un asceta como Juan el Bautista (ver Mateo 11:18; Lucas 7:33) (Marcus, 151).

• También la confrontación de Juan con Herodes Antipas (6:18) es una reminiscencia de la confrontación de Elías con Acab (1 Reyes 18). En ambos casos fueron las esposas las que verdaderamente se mostraron peligrosas. Jezabel falló en su intento de matar a Elías (1 Reyes 19), pero lo atemorizó bastante. Herodías sí tiene éxito en matar a Juan el Bautista (6:16-29).

MARCOS 1:7-8. EL QUE VIENE TRAS DE MI

7Y predicaba, diciendo: Viene tras mí el que es más poderoso (griego = ischuroteros, más fuerte, más poderoso) que yo, al cual no soy digno de desatar encorvado la correa de sus zapatos. 8Yo á la verdad os he bautizado con agua; mas él os bautizará con Espíritu Santo.

La gente se agolpaba para escuchar a Juan, pero Juan apunta al que ha de venir. Juan identifica a ese como más poderoso que Juan, un clamor difícilmente insignificante dado el gran poder carismático que tenía. Durante tres siglos nadie había visto un poder profético como el de Juan –al menos ninguna persona de ese tiempo – y Juan dice que su poder es nada comparado con el de aquel que ha de venir.

Juan dice que “no soy digno de desatar encorvado la correa de sus zapatos” (v. 7). La tarea de desatar las sandalias de alguien es considerada de un siervo que un discípulo es específicamente relevado de tales deberes (Marcus, 152). Es una tarea de esclavos, pero no de esclavos judíos. Solamente a un esclavo gentil se le pide que realice esos servicios (Edwards, 33). Cuando Juan dice que es indigno de desatar las correas del calzado de alguien que viene detrás de él, está diciendo que la distancia social entre él y el que ha de venir “es tan grande que la de entre un señor y su esclavo” (Perkins, 533). El énfasis aquí no es que la estatura de Juan sea tan pequeña, sino que la de aquel que viene es enorme.

“Yo á la verdad os he bautizado con agua; mas él os bautizará con Espíritu Santo” (v. 8). Ésta no es la primera vez que el pueblo judío ha recibido el Espíritu Santo en el desierto. Ahora, después de siglos sin profetas, de historia sin espíritu, Juan promete que Jesús los bautizará (sumergirá, zambullirá, abrumará) con el Espíritu Santo. Es una promesa emocionante en verdad, ¡estas en verdad son Buenas Nuevas!

MARCOS 1:9-11. EN AQUELLOS DÍAS JESÚS FUE BAUTIZADO POR JUAN

9Y aconteció en aquellos días (griego = kai egeneto en ekeinai tais hemerais, aconteció en aquellos días), que Jesús vino de Nazarea de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. 10Y luego, subiendo del agua, vio abrirse los cielos (griego = schizomenous, de schizein, dividir, o poner aparte, romper, separar), y al Espíritu como paloma, que descendía sobre (griego = eis, en) él. 11Y hubo una voz de los cielos que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tomo contentamiento.

Cada uno de los evangelios incluye un relato del bautismo de Jesús. El relato de Marcos es el primero, y tanto Mateo como Lucas usan a Marcos como una de sus fuentes. El relato de Lucas (3:21-22), como el de Marcos, es parco. Mateo (3:13-17) añade un diálogo entre Jesús y Juan, que no quería bautizar a Jesús. El relato de Juan (1:29-34), como podemos esperar, es bastante distinto y comienza con el testimonio de el Cordero de Dios de Juan el Bautista.

Marcos introduce la historia del bautismo con una frase que no captura completamente el significado de kai egeneto en ekeinai tais hemerais, que significa “Y aconteció en aquellos días”. “Esta fórmula no solamente es bíblica, sino también escatológica, ya que “en aquellos días” alude al fin del tiempo en los libros proféticos del Antiguo Testamento (Jeremías 31:33; Joel 3:1; Zacarías 8:23) y los dos primeros evangelios (Mateo 7:22; 9:15; Marcos 13:17, 19, 24…). El efecto acumulado es para sugerir sin error que Jesús es el personaje escatológico que viene y a quien Juan apunta” (Marcus, 163).

Marcos identifica a Jesús como de Nazarea de Galilea (v. 9). Jerusalén de Judea es el sitio del templo, y por lo tanto es asociado con la presencia de Dios. Uno pensaría que Jesús, como Samuel, crecería en el templo (1 Samuel 1-2), pero Nazarea está bastante lejos del templo y Galilea, a diferencia de Judea, no era conocida por su pureza religiosa. Pero es de Galilea que Jesús viene, y será a Galilea que regresará después de su resurrección (Marcos 16:7). Jerusalén y el templo serán asociados con la oposición, no con el apoyo, a Jesús. Los primeros diez capítulos de este evangelio, que comprende la mayoría del ministerio público de Jesús, se llevan a cabo en Galilea. Los capítulos 11-16, localizados en Jerusalén, nos cuentan la crucifixión y resurrección de Jesús, tanto como los eventos que lo llevaron ahí.

En Mateo y Lucas, “Juan es un tipo de reformador como Elías que predica arrepentimiento en términos específicos, en preparación para el día del Señor… En Marcos él predica arrepentimiento, pero su mensaje está subordinado a su preparación para el más fuerte… Marcos convierte a Juan en el heraldo del ‘más fuerte’” (Donahue y Harrington, 68-69). Juan no solamente se subordina a Jesús (vv. 7-8), pero Jesús también toma el liderazgo en los cuatro verbos de los versículos 10-11. Él es el sujeto incluso de los verbos pasivos que describen su bautismo por Juan.

El propósito del bautismo de Jesús – en este evangelio – es establecer su identidad como el Hijo de Dios. Los versículos 10-11, que nos dicen de la visión de Jesús y la voz del cielo, constituyen el núcleo de esta historia de bautismo.

En el evangelio de Juan, Juan el Bautista dice ver “al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y reposó sobre él” (Juan 1:32). En el evangelio de Marcos, solamente Jesús ve la visión de un cielo abierto y al Espíritu. La voz del cielo se dirige a él “Tú eres mi Hijo amado; en ti tomo contentamiento,” y presumiblemente también es el único que escucha la voz. Para que otras personas reconozcan la verdadera identidad de Jesús, deben escuchar las palabras de Jesús y ver sus obras.

“Y luego, subiendo del agua” (v. 10) indica que Jesús estaba abajo en el agua, sugiriendo un bautismo por inmersión. La palabra “bautizado” (v. 9). También tiene el significado de sumergido, zambullido.

Jesús “vio abrirse los cielos” (griego = schizomenous, de schizein, v. 10), la frase va atrás a la oración del profeta Isaías “¡Oh, si rompiese los cielos, y descendieras” (Isaías 64:1). La gente de aquel tiempo imaginaban a Dios morando en la cima de un cielo de varios niveles, una imagen que sugiere una gran separación entre Dios y la humanidad. La oración de Isaías es que Dios venga a la tierra y esté completamente presente entre la humanidad. Marcos claramente intenta decir que, en el bautismo de Jesús, Dios contesta la oración de Isaías.

Mateo y Lucas usan una palabra más suave, anoigo, que significa abierto, en lugar de schizein. Así que la mejor manera de rendir este pasaje es decir que los cielos se rompieron, fueron rasgados completamente. Marcos también usa esta palabra, schizein, para describir el rasgar del velo del templo de arriba hasta abajo en el momento de la muerte de Jesús; un evento seguido por el testimonio del centurión romano, que dijo sobre Jesús “verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios” (15:38-39; ver también Hebreos 10:19-22). Por lo tanto, “ambas lecturas – la primera en su bautismo y la última en su crucifixión – son sucesos sobrenaturales que revelan a Jesús como el Hijo de Dios” (Edwards, 36).

Jensen recuerda la tesis de Juel de que estas dos lecturas están relacionadas al derribamiento de barreras por Jesús. Al principio de su ministerio, traspasa las fronteras actuando con autoridad (1:22, 27), tocando al leproso (1:41), perdonando pecados (2:5), comiendo con los recolectores de impuestos y pecadores (2:16), permitiendo que sus discípulos recojan espigas en sábado (2:24), y sanando en sábado (3:5). Por lo que Jesús es acusado de blasfemo (2:7; 14:53-65). “Dios estaba desatado en el mundo. Las barreras religiosas habían sido destrozadas. Seguramente Aquel que hace estas cosas… debe morir. Y así fue. La historia, sin embargo, no termina con su muerte. La historia termina con unas mujeres en la tumba…. Las amarras de la muerte habían sido rotas y Jesús estaba una vez más suelto en el mundo” (Jensen).

Jesús también ve al Espíritu descendiendo sobre él como una paloma. El simbolismo de la paloma es incierto. Tal vez tenga que ver con Génesis 1:2, donde “el Espíritu de Dios se movía sobre la haz de las aguas.” Sin embargo, “el elemento clave en este texto es el descenso del Espíritu, no de la figura de la paloma” (Donahue y Harrington, 65).

El Espíritu desciende en (griego = eis) Jesús, más que sobre (griego = epi) Jesús. Aunque hay alguna justificación para traducir “sobre él” en lugar de “en él” (ver Marcus, 160), “en él” parece apropiado tanto lingüística como teológicamente, sugiriendo una completa unión entre Jesús y el Espíritu.

“Tú eres mi Hijo amado; en ti tomo contentamiento” (v. 11). Una imagen dice más que mil palabras, así que la visión de los cielos rasgados y el descenso del Espíritu nos dicen que esperemos algo grandioso. Las palabras, sin embargo, son más específicas y explican con gran claridad, así que Marcos aquí usa palabras para identificar a Jesús como el Hijo de Dios. Como se apuntó más arriba, estas palabras son dirigidas específicamente a Jesús, y presumiblemente él es el único que las escucha. Si esto es cierto, sin embargo, el Espíritu que llenó a Jesús en su bautismo también revela estas palabras ocultas al escritor del evangelio, Marcos, para que pueda compartirlas con nosotros.

Estas señales, los cielos abiertos, el descenso del Espíritu, y la voz, “introduce la nueva era, el tiempo escatológico” (Craddock, 76). La palabra de Dios deja claro que Jesús no es solamente otro profeta, sino que es el hijo de Dios de una manera en que otros creados en la imagen de Dios no lo son. Las palabras de Dios en el versículo 11 tienen varias raíces en el Antiguo Testamento:

Primero, tenemos el mandamiento de Dios a Abraham para sacrificar a su amado hijo Isaac. “Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, á quien amas, y vete á tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré” (Génesis 22:2). Abraham se dispuso a obedecer el mandamiento de Dios. Dios lo detuvo antes de completarlo, pero lo bendijo, diciendo “por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único; Bendiciendo te bendeciré…” (Génesis 22:16-17). Pablo hace eco a este incidente en su epístola a los Romanos, diciendo algo sobre la ofrenda de Dios de Jesús, “El que aun á su propio Hijo no perdonó, antes le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Romanos 8:32, ver también Hebreos 11:17-19). Claramente Dios intenta que el sacrificio de Abraham, aunque no se consumó, sirva como arquetipo para el sacrificio de Dios.

“Mi hijo eres tú; Yo te engendré hoy” (Salmo 2:7), palabras dichas al rey en su coronación. En este caso, el rey tiene una autoridad delegada para la nación de Israel.

“He aquí mi siervo, yo lo sostendré; mi escogido en quien mi alma toma contentamiento” (Isaías 42:1). Aquí el siervo del Señor es el cordero sacrificado pero que no “abrió su boca” y que fue “contado con los perversos, habiendo él llevado el pecado de muchos y orado por los transgresores” (Isaías 53:7, 12). La conexión con Jesús es indiscutible.

Las palabras del bautismo serán repetidas en la transfiguración de Jesús, cuando Dios se dirige a los discípulos y les dice “Este es mi Hijo amado; á él oíd” (9:7). Algunos estudiosos han interpretado esas palabras del bautismo como una fórmula de adopción, como si Jesús se convirtiera en el Hijo de Dios durante su bautismo. Sin embargo, ya que es claro que estas palabras dichas durante la transfiguración no pueden ser una fórmula de adopción, entonces tampoco hay razón para considerar esas palabras del bautismo como una fórmula de adopción. Mateo y Lucas dejan claro que Jesús es el Hijo de Dios en la concepción, más que en el bautismo (Mateo 1:18), 20, 23; Lucas 1:31-37).

TEXTO CITADO DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS procede de Spanish Reina Valera, situada enhttp://www.ccel.org/ccel/bible/esrv.html. Utilizamos esta versión de la Biblia porque consta de dominio público (no bajo protección de derechos de propiedad).

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